En la mitología griega existía una diosa, Lamia, diosa del amor y de la batalla, a la que un día Zeus recompensó con un don singular por el buen gobierno que ejerció en Libia: le concedió el poder de quitarse las órbitas de los ojos a su antojo, de manera que cuando algo no fuera de su agrado pudiera evitar Observarlo.
Rosa Parks es quizás uno de los nombres menos conocidos de la Historia;
sin embargo,una fría mañana de invierno de 1955, en Montgomery (Alabama), aquella joven iba a provocar una reacción en cadena que iba a llevar al final de la segregación racial en los Estados Unidos. Como muchos de ustedes saben, el gesto que desató la ira rabiosa del Cerbero de la intolerancia fue el hecho de que Rosa, aquella mañana, se negara a levantarse de un asiento delantero en el
autobús para dejar que un blanco se sentara en su lugar porque, en aquella
época, los negros tenían la obligación de sentarse en los asientos de atrás. Pero aquel día Rosa -que evidentemente estaba de mala leche - dijo que nones, que estaba cansada , que había pagado el billete y que estaba harta de que se la considerase un ciudadano de segunda clase.
El pasajero blanco, entonces, llamó al conductor para que la obligase a cederle el sitio: no hubo manera de hacerle desistir. Al cabo de un rato, se presentó la policía que, sin tanto miramientos, la llevó a la comisaría, le tomó las huellas dactilares, la fichó, la obligó a pagar una multa y la encerró en la cárcel. Este incidente, en un primer momento, despertó las conciencias en letargo de los habitantes de color de Montgomery quienes, guiados por un hasta aquel entonces desconocido reverendo llamado Martin Luther King, boicotearon durante casi cuatrocientos días la compañía de autobuses hasta conseguir acabar con aquella norma ígnominiosa. Más tarde, la protesta se extendió como un reguero de polvora al resto de los estados de la Unión y ocho años después - tras un sinfín de batallas legales, de presiones políticas y de actos de solidaridad cívica- la segragación racial fue definitivamente abolida en los Estados Unidos, al menos desde el punto de vista jurídico.
Ahora bien, les confieso que lo que más me interesa de este caso no son los
cambios que provocó en la Histora, sino aquel momento sublime de testarudez irresponsable de la joven. Y es que me la imagino con su abrigo, las manos cruzadas sobre el bolso, con un sombrero circular que adorna el recogido pelo negro. Y veo el gesto despectivo del orco mientra la exhorta a levantarse para poder ejercer un lascivo derecho cromático.
Mi mente les evoca mientras discuten acaloradamente: él de pie, pulcro y afeitado, apoyándose en la barra del asiento, confiado en si mismo,
mientras el sobrero de ala con cinta negra le indica el humillante lugar que
le corresponde en la parte de atrás, sin darse cuenta de que, aunque la mire
de arriba abajo, en realidad, se está inclinando ante ella. Y la veo a ella,
un tanto avergonzada por dar espectáculo, sin ninguno de los pasajeros que
rompa una lanza en su favor; la mirada que alternativamente pasa del paisaje
invisible de la ventanilla al insignificante hombrecillo mientras discute con
frases breves y acalorads, afiladas como cuchillas, cargadas de resentimiento
y de odio, pero también de determinación y de una tenaz y machacón cuanto femenino NO.
Dudo francamente que ella hubiera previsto la polvareda que iba a levantar. Por eso la admiro aún más, y por no quitarse la órbita de los ojos como habría hecho Lamia, por no ceder el campo al enemigo esperando un momento mejor para entablar batalla o esperar a que las cosas se arreglasen por sí solas. Aquellos NOS prendieron la tea que, de vez en cuando, vuelve a encender fuego de Hefesto.
Rosa Parks participó activamente en la lucha contra la segragación racial durante toda su vida, pero en ningún instante su fuego iba a brillar con tanta intensidad como durante aquel invierno del 55. Por mi parte, estoy convencido de que todos nosotros nacemos para provocar uno de estos momentos culminantes en nuestras vidas, un cénit cegador - quizás, no tan trascendental para la Humanidad como
el gesto de Rosa Parks- pero si indispensable por cómo puede repercutir en las personas que nos rodean. Que todos los actos de la obra que representamos nos llevan hacia el momento que justifica, por si solo, nuestro paso por un planeta en el que sólo estamos de prestado. Que todas las renuncias , los compromisos, las retiradas estratégicas y convenientes al último momento, los guantes de reto no recogidos ante una injusticia nos impiden llevar a cabo el cometido que da sentido a nuestra existencia. Y que el único lujo que no podemos permitirnos es que nos falte el valor de no girar la cabeza hacia el otro lado.
A propósito, Lamia, por haberla girado demasiadas veces, acabó con el rostro horrible deforma.
Rosa Parks participó activamente en la lucha contra la segragación racial durante toda su vida, pero en ningún instante su fuego iba a brillar con tanta intensidad como durante aquel invierno del 55. Por mi parte, estoy convencido de que todos nosotros nacemos para provocar uno de estos momentos culminantes en nuestras vidas, un cénit cegador - quizás, no tan trascendental para la Humanidad como
el gesto de Rosa Parks- pero si indispensable por cómo puede repercutir en las personas que nos rodean. Que todos los actos de la obra que representamos nos llevan hacia el momento que justifica, por si solo, nuestro paso por un planeta en el que sólo estamos de prestado. Que todas las renuncias , los compromisos, las retiradas estratégicas y convenientes al último momento, los guantes de reto no recogidos ante una injusticia nos impiden llevar a cabo el cometido que da sentido a nuestra existencia. Y que el único lujo que no podemos permitirnos es que nos falte el valor de no girar la cabeza hacia el otro lado.
A propósito, Lamia, por haberla girado demasiadas veces, acabó con el rostro horrible deforma.
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